¡Hola!
Como os comenté ayer, he estado un par de días con mi novio en un pueblito granaíno. Fuimos a hacerle compañía a mi abuela, quien todos los años pasa allí mínimo un par de semanas en agosto y justo esos dos días se quedaba sola en su casa.
Su pueblo no llega a los 800 habitantes, por lo que es muy tranquilo y todo el mundo se conoce.
Aparte de la tranquilidad, otra virtud de este pueblo es que es muy fresquito en verano.
A mi abuela le encanta ir por encontrarse con su familia y con los amigos "de toda la vida". Pese a que ella emigró a Málaga cuando contaba con 20 años, seguía viniendo aquí siempre que podía, por lo que nunca perdió el contacto con nadie. Por su parte, a mi abuelo siempre le gustaba mucho venir aquí por liberarse del calor de Málaga, así que hasta los últimos años de su vida estuvo viniendo todos los veranos con mi abuela.
Al llegar a este pueblo, el tiempo se detiene y no existen las preocupaciones. Te despiertas, bajas a uno de los pocos bares que hay, te tomas tu desayuno tranquilamente, das un paseíco, saludas a los vecinos que te encuentras, vuelves a la casa y te relajas en el balcón hasta que de la hora de comer.
desayuno pueblerino: pan con tomate y aceite, y café |
Por la tarde, después de la siesta, te vas a casa de cualquier conocido, improvisáis una sala de reuniones en la calle, enfrente de la puerta de la casa, con cuatro sillas de mimbre, y contáis batallitas hasta que de la hora de cenar. Como no hay mucho donde elegir - aunque no importa - volvéis al bar de la mañana y os tomáis un par de tapas hasta que a alguno le entre el sueño. Cuando te apetece, te vas a dormir sin necesidad de preocuparse por el despertador.
David y yo mimetizándonos con los autóctonos |
La verdad es que me lo he pasado muy bien estos días. Esta ha sido la cuarta vez que vengo y la última fue hará cinco o seis años, pero nunca me ha llamado tanto la atención como hasta ahora. Me ha cautivado hasta el más mínimo detalle, como que para comprar el pan haya que esperar a que el panadero venga, como cada mañana, en su furgoneta:
Nosotros nos hubiéramos quedado a vivir aquí |
El viernes por la tarde, aprovechamos para ir a La Calahorra, otro pequeño pueblo que nos quedaba a una media hora en coche.
A mi abuelo Paco, varios años antes de morir, se le metió en la cabeza ver el castillo de La Calahorra. Este dato yo lo desconocía hasta hace un par de semanas, cuando salió de casualidad en una conversación que estábamos teniendo mis padres, mi hermano y yo. Mi padre no sabe muy bien de dónde le surgieron a mi abuelo las ganas de ver el castillo, pero supone que lo vería en algún sitio.
La historia es que siempre que mi abuelo le proponía a mi padre de ir, mi padre estaba trabajando o tenía algún compromiso; y cuando por fin mi padre pudo llevarlo, mi abuelo ya sufría de los mareos que le acompañaron hasta el día que nos dejó, por lo que jamás pudo ir.
Vistas desde la colina donde se sitúa el castillo |
Cuando me surgió pasar un par de días con mi abuela, decidí que tenía que ir al castillo. Sabía que se me iba a hacer duro, porque soy una sentimental y porque creo que ya sabéis la devoción que le tenía a mi abuelo.
Nada más me desvié para llegar a La Calahorra, su fantástico castillo me saludó, a lo lejos, desde su colina, y no pude evitar llorar.
Fue difícil estar donde él quiso y no pudo, ese sentimiento trágico de la vida que te hace sentirte pequeñito, que te pone "profundo" y te hace pensar qué hacemos aquí y por qué hay que irse.
No me extraña que mi abuelo quisiera ver ese castillo, porque es una maravilla.
Aparcamos lo más cerca que pudimos del cerro - nos había chispeado por el camino y no quisimos correr el riesgo de mojarnos más de la cuenta - y comenzamos a subir por la escalera tallada en piedra en las faldas de la colina.
Os comenté en la entrada anterior que estos días habían sido "intensos emocionalmente hablando". Me refería tanto al accidente del autobús como a la visita al castillo.
Si ya nada más verlo desde la carretera comencé a llorar, os podéis imaginar lo que sentí cuando llegué a la parte más alta de la colina y vi, a lo lejos, a un anciano con el pelo blanco - como lo tenía mi abuelo - que estaba tumbado sobre la ladera. A mi abuelo le encantaba tirarse en el campo a descansar y, si hubiera estado allí, habría hecho exactamente lo mismo que aquel hombre. Vi a ese señor y vi a mi abuelo. Y aquí viene la parte en la que quedo como la bloguera loca, pero parpadeé varias veces y me pregunté si ese hombre estaba ahí "de verdad". Llamé a David para que viniera y le pregunté si él también veía a un hombre canoso tumbado y su respuesta fue "Hostia". En la colina sólo estábamos nosotros dos y él. ¿Qué probabilidad había de encontrarnos en un día de lluvia a un señor tumbado en mitad del campo con los mismos rasgos que mi abuelo y tal y como hubiera hecho él? Empecé a llorar de tal manera que el hombre salió de su ensimismamiento, giró la cabeza hasta donde nosotros estábamos, se levantó y se fue hacía la otra punta del castillo. Supongo que se pensó que David me acababa de decir que me dejaba y no querría aguantar ningún drama.
El sitio es espectacular y os recomiendo que subáis (no se tarda ni 10 minutos) si alguna vez pasáis cerca de La Calahorra.
Si alguien sabe qué puede ser ese rectángulo de piedra, ¡que me lo diga! ¿una tumba?, ¿una antigua fuente? |
Y nada más. El sábado vinieron mis padres y mi tía e hicimos el relevo. De buena gana me hubiera quedado más días, pero con el tema de China y varios compromisos que me vienen ahora veo difícil poder escaparme de nuevo.
Me despido ya. Gracias como siempre por leerme :)
Estanque de patos del pueblo |
Gracias a ti por hacernos partícipes de tus emociones, me ha encantado.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario, Pepa. Me alegro de que te guste; me animas siempre un montón con tus mensajes :)
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