11 ago 2015

Pueblos de Granada

¡Hola!

    Como os comenté ayer, he estado un par de días con mi novio en un pueblito granaíno. Fuimos a hacerle compañía a mi abuela, quien todos los años pasa allí mínimo un par de semanas en agosto y justo esos dos días se quedaba sola en su casa.

    Su pueblo no llega a los 800 habitantes, por lo que es muy tranquilo y todo el mundo se conoce.

 

    Aparte de la tranquilidad, otra virtud de este pueblo es que es muy fresquito en verano. 

    A mi abuela le encanta ir por encontrarse con su familia y con los amigos "de toda la vida". Pese a que ella emigró a Málaga cuando contaba con 20 años, seguía viniendo aquí siempre que podía, por lo que nunca perdió el contacto con nadie. Por su parte, a mi abuelo siempre le gustaba mucho venir aquí por liberarse del calor de Málaga, así que hasta los últimos años de su vida estuvo viniendo todos los veranos con mi abuela.


    Al llegar a este pueblo, el tiempo se detiene y no existen las preocupaciones. Te despiertas, bajas a uno de los pocos bares que hay, te tomas tu desayuno tranquilamente, das un paseíco, saludas a los vecinos que te encuentras, vuelves a la casa y te relajas en el balcón hasta que de la hora de comer.

desayuno pueblerino: pan con tomate y aceite, y café

    Por la tarde, después de la siesta, te vas a casa de cualquier conocido, improvisáis una sala de reuniones en la calle, enfrente de la puerta de la casa, con cuatro sillas de mimbre, y contáis batallitas hasta que de la hora de cenar. Como no hay mucho donde elegir - aunque no importa - volvéis al bar de la mañana y os tomáis un par de tapas hasta que a alguno le entre el sueño. Cuando te apetece, te vas a dormir sin necesidad de preocuparse por el despertador.


David y yo mimetizándonos con los autóctonos

    La verdad es que me lo he pasado muy bien estos días. Esta ha sido la cuarta vez que vengo y la última fue hará cinco o seis años, pero nunca me ha llamado tanto la atención como hasta ahora. Me ha cautivado hasta el más mínimo detalle, como que para comprar el pan haya que esperar a que el panadero venga, como cada mañana, en su furgoneta:



Nosotros nos hubiéramos quedado a vivir aquí

    El viernes por la tarde, aprovechamos para ir a La Calahorra, otro pequeño pueblo que nos quedaba a una media hora en coche.

  
    A mi abuelo Paco, varios años antes de morir, se le metió en la cabeza ver el castillo de La Calahorra. Este dato yo lo desconocía hasta hace un par de semanas, cuando salió de casualidad en una conversación que estábamos teniendo mis padres, mi hermano y yo. Mi padre no sabe muy bien de dónde le surgieron a mi abuelo las ganas de ver el castillo, pero supone que lo vería en algún sitio.


 
    La historia es que siempre que mi abuelo le proponía a mi padre de ir, mi padre estaba trabajando o tenía algún compromiso; y cuando por fin mi padre pudo llevarlo, mi abuelo ya sufría de los mareos que le acompañaron hasta el día que nos dejó, por lo que jamás pudo ir.

Vistas desde la colina donde se sitúa el castillo

    Cuando me surgió pasar un par de días con mi abuela, decidí que tenía que ir al castillo. Sabía que se me iba a hacer duro, porque soy una sentimental y porque creo que ya sabéis la devoción que le tenía a mi abuelo.

    Nada más me desvié para llegar a La Calahorra, su fantástico castillo me saludó, a lo lejos, desde su colina, y no pude evitar llorar.


  
    Fue difícil estar donde él quiso y no pudo, ese sentimiento trágico de la vida que te hace sentirte pequeñito, que te pone "profundo" y te hace pensar qué hacemos aquí y por qué hay que irse.


 
     
    No me extraña que mi abuelo quisiera ver ese castillo, porque es una maravilla.

    Aparcamos lo más cerca que pudimos del cerro - nos había chispeado por el camino y no quisimos correr el riesgo de mojarnos más de la cuenta - y comenzamos a subir por la escalera tallada en piedra en las faldas de la colina.
 


    Os comenté en la entrada anterior que estos días habían sido "intensos emocionalmente hablando". Me refería tanto al accidente del autobús como a la visita al castillo.

    Si ya nada más verlo desde la carretera comencé a llorar, os podéis imaginar lo que sentí cuando llegué a la parte más alta de la colina y vi, a lo lejos, a un anciano con el pelo blanco - como lo tenía mi abuelo - que estaba tumbado sobre la ladera. A mi abuelo le encantaba tirarse en el campo a descansar y, si hubiera estado allí, habría hecho exactamente lo mismo que aquel hombre. Vi a ese señor y vi a mi abuelo. Y aquí viene la parte en la que quedo como la bloguera loca, pero parpadeé varias veces y me pregunté si ese hombre estaba ahí "de verdad". Llamé a David para que viniera y le pregunté si él también veía a un hombre canoso tumbado y su respuesta fue "Hostia". En la colina sólo estábamos nosotros dos y él. ¿Qué probabilidad había de encontrarnos en un día de lluvia a un señor tumbado en mitad del campo con los mismos rasgos que mi abuelo y tal y como hubiera hecho él? Empecé a llorar de tal manera que el hombre salió de su ensimismamiento, giró la cabeza hasta donde nosotros estábamos, se levantó y se fue hacía la otra punta del castillo. Supongo que se pensó que David me acababa de decir que me dejaba y no querría aguantar ningún drama.

    El sitio es espectacular y os recomiendo que subáis (no se tarda ni 10 minutos) si alguna vez pasáis cerca de La Calahorra.

 
Si alguien sabe qué puede ser ese rectángulo de piedra, ¡que me lo diga! ¿una tumba?, ¿una antigua fuente?

    Y nada más. El sábado vinieron mis padres y mi tía e hicimos el relevo. De buena gana me hubiera quedado más días, pero con el tema de China y varios compromisos que me vienen ahora veo difícil poder escaparme de nuevo.


    

    Me despido ya. Gracias como siempre por leerme :)


Estanque de patos del pueblo




9 ago 2015

Accidente de autobús

    Estos últimos días han sido muy intensos emocionalmente hablando, así que he preferido dividirlo en dos entradas.

    Este jueves fui con mi novio a pasar un par de días al pueblo de mi abuela, situado en la provincia de Granada.

    Mientras íbamos para allá, por la A-92, vimos como de pronto los coches empezaban a frenar y como se levantaba una nube de polvo un poco más adelante. "Aquí ha pasado algo", dijo mi novio, que era quien conducía. "Ay, David, ten cuidado que hay un camión volcado ahí delante".

    Un camión estaba tumbado en mitad de la carretera, ocupando gran parte de ésta, salvo la mitad del carril derecho y el arcén, por donde iban pasando, lentamente, el resto de vehículos. Cuando estuvimos más cerca, vimos lo que parecía ser un autobús volcado en la mediana. "David, por dios, para, para donde sea. Esto acaba de pasar". Otros coches también se detuvieron en el arcén derecho y sus ocupantes cruzaban la autovía en dirección al autobús. Tuvimos cuidado al cruzar y descubrimos horrorizados que había gente atrapada en el autobús, varios de ellos sangrando. Mi novio volvió al coche a por agua y pañuelos mientras yo me quedé allí, inmóvil, viendo como varias personas golpeaban el cristal delantero para intentar sacar a los viajeros atrapados. 

    Primero salió una chica, temblando de pies a cabeza, con sangre por todo el cuerpo pero otra mujer y yo la examinamos y nos dimos cuenta de que esa sangre no era suya; afortunadamente, no estaba herida. Intenté hablar con ella, pero estaba muy nerviosa y quería que la dejara sola. "Yo estoy bien" decía, "pero dentro hay una mujer con la muñeca abierta y creo que no puede salir. Yo estoy bien", repetía. Le ofrecí mi móvil, por si quería llamar a alguien, pero me dijo que no, que hasta que no se tranquilizara no quería llamar a nadie.

    "Oye", apareció mi novio por detrás, "Hay italianos. Ve a hablar con ellos". Dejé a esta chica con la otra mujer y me acerqué donde estaba una señora italiana, con varias heridas. Intenté hablar con ella, pero de los nervios me salió una mezcla de itagnolo y la señora no parecía escucharme. Ni a mí ni a otro chico español que estaba a su lado y le decía "Bene? señora, ¿está bene?". La señora estaba en shock. Se sacó varios trozos de cristales del pie, casi sin pestañear, como un autómata. Su pie sangraba, y su pierna, y su frente, y su brazo. Como si hablara para ella misma dijo "¿Tengo algo en la cabeza? me está cayendo sangre en el ojo". Pero no nos veía. Yo le ofrecí el agua y los pañuelos. Pero me sentía súper inútil. Quería ayudar, quería tranquilizarla, pero no sabía qué hacer. Le volví a insistir y le pregunté si se encontraba bien, si le dolía algo, y volvió en sí y me dijo que sí, que su brazo. Tenía varios cristales incrustados y  cortes profundos. Me preguntó que cuándo vendría la ambulancia. Le dije que pronto, pero no lo sabía; era lo que esperaba.

    De pronto, una señora mayor apareció a mi derecha, sangrando también y preguntándome qué tenía en la espalda. Se dio la vuelta y vi su camiseta hecha jirones. Le levanté con cuidado un trozo de su camiseta y vi un corte horizontal limpio, probablemente hecho por el quitamiedos, que le cruzaba toda la espalda. "¿Es grave?", me preguntó. "Nooo, no", le decía un señor mayor que se encontraba a su lado, supuse que era su marido, "no te preocupes, no es nada". Y ella me miraba a mí: "Dime la verdad, ¿qué tengo?". "Nada, nada, una piccola ferita" le mentí "davvero, molto piccola". Y su marido le decía "¿ves este arañacito que tienes en el brazo? Lo de la espalda es incluso más pequeño". Y ella respondía "No puede ser, me duele mucho. ¡¡Me duele!!". Y comenzó a llorar.

    Casi todos los ocupantes del autobús pudieron salir, salvo la chica que tenía la muñeca abierta. Alguien dijo que seguramente perdería la mano y la primera señora italiana con la que hablé rompió a llorar mientras que a otra chica, que no tenía ninguna herida, le dio un ataque de ansiedad y comenzó a llorar y chillar. Mi novio también vio a un hombre dentro del autobús que no podía salir. Yo no pude asomarme.

    Llegó la guardia civil y mi novio me preguntó si nos íbamos, porque varias personas que también se bajaron a ayudar ya se estaban marchando, y por miedo a que el tráfico se reanudara y no pudiéramos cruzar hasta nuestro coche. No supe qué hacer. No quería irme, pero me sentía inútil. Yo quería ayudar, pero no sabía cómo. Estaba enfrente del autobús, mirando a la gente sangrar, llorar, consolándose los unos a los otros. Mi agua se la había llevado un chico italiano y ya no me quedaban pañuelos. No quería irme, pero los demás lo estaban haciendo y si se reanudaba el tráfico no podríamos cruzar la autovía. Así que nos fuimos, pero estaba tan preocupada sobre lo que podría pasarle a la chica de la muñeca que envié varios tuits al periódico Ideal de Granada para que pudieran informarme.

    He estado siguiendo la noticia desde entonces y, de los tres pasajeros graves que hubo en el accidente, ella aún sigue ingresada y en estado muy grave. Fue operada de urgencias y sufre numerosos politraumatismos. El resto de viajeros fueron llevados a Granada y se les dio la opción de volver a Italia.

 
Noticia publicada en el Ideal (la foto que aparece la hice yo - se la mandé a mi tia para decirle que iba a llegar tarde y, posteriormente, la envié al periódico)


    El resto del camino prácticamente lo hicimos en silencio. Si hubieramos pasado un minuto antes, quién sabe si no nos hubiera pillado a nosotros. Además, me sentía muy mal conmigo misma por no haber podido hacer algo "útil".

    En fin, mañana cuento la segunda parte del viaje que, por suerte, es menos dramática.