4 jul 2015

Hasta siempre, Ojén

    El pasado 30 de junio dejé mi casa de Ojén. Para los que no lo sepáis, Ojén es un pueblo malagueño de montaña situado muy cerca de Marbella, que cuenta con poco más de 3.000 habitantes, y que tiene de bonito lo mismo que de aburrido. Cumple al 100% la imagen de pueblito andaluz de casitas bajas y blancas. 


    He vivido allí cinco meses y medio. Iban a ser más en teoría, porque mi contrato en Marks&Spencer era hasta septiembre, pero ya sabéis cómo terminó esa historia. Que Mercadona me llamara en mayo para trabajar en Málaga fue lo que provocó que dejara el piso. Como me vine a vivir con mis padres, aquí en la capital, no tenía mucho sentido seguir pagando la casita de Ojén. Y, como mayo ya estaba pagado, decidí pagar junio con la fianza porque igualmente la iba a perder por no cumplir el contrato (que era de seis meses, pero conseguí que el casero me perdonase esos últimos 15 días). 

    La verdad, después del patadón británico, la mala experiencia en Primor y el chasco en Okaïdi, necesitaba poner punto y final a mi etapa marbellí. Lo gracioso es que justo ahora mi novio ha encontrado trabajo allí (sí, al mes de estar en Asturias - con trabajo y todo - le surgió una oportunidad aquí y no se lo pensó), así que lo mismo en septiembre vuelvo a buscar trabajo por allí. Por una cuestión de probabilidad más que de ganas: cuando terminé en M&S, eché cerca de 80 curriculum en Málaga y otros 100, en Fuengirola y Marbella. En Málaga, sólo me han llamado de una tienda; en Fuengirola, de tres; y en Marbella, de 13 (he tenido que hacer una lista y todo, así que es probable que se me haya olvidado alguna empresa).

Vista de Ojén

     Mi casa de Ojén estaba en la quinta puñeta - mirar foto superior -. Parte de Ojén está construido, literalmente, sobre la montaña, así que tiene unas cuestas que ríete tú de las de San Francisco. En esos cinco meses y medio que viví sólo bajé al centro de Ojén dos veces: a la primera semana de estar allí, por conocer el pueblo, y un día en mayo que me obligué a bajar en plan "esto es muy fuerte que lleves aquí casi cinco meses y sólo hayas bajado un día".


Iglesia de Ojén

    Que me perdonen los ojenetos, pero en el pueblo hay poco que hacer. Menos mal que mi novio se quedaba conmigo de vez en cuando, porque yo allí no conocía a nadie y es muy sencillo sentirse aislada del mundo porque para cualquier cosa tienes que coger el coche.

Casita del año la polca
    Eso sí, lo bueno de esa soledad es que en pocos sitios he estado tan relajada como en esa casa. No se oía nada - mientras mis vecinos no la liaran mucho -, sólo los pajaritos y sonidos así muy bucólicos todos. 


Vistas desde mi casa

    Además, pude disfrutar del clima montañoso en todo su esplendor:



con sus cambios de tiempo radicales:


Esta foto y la siguiente son del mismo día. Hay una diferencia de un par de horas entre ellas.




    En cuanto a mis vecinos, un día hablaré de ellos en profundidad. Sólo os contaré por ahora que el que daba pared con pared, era un celoso patológico que hacía imposible la vida a su novia; el de arriba, entre semana estaba súper calladito pero los findes me traía a los niños - estaba divorciado -, por lo que tocaba aguantar prácticas de flauta, pelotas que botan y barbacoas organizadas por él con la élite del club de los divorciados; abajo tenía a otro vecino divorciado pero al que no escuché ni un sólo día; y al lado de éste, un chaval fiestero por el que, incluso, una noche tuve que llamar a la policía - que da para otra historia, porque en Ojén la policía local no tiene número fijo, sólo móvil y esa noche lo tenían apagado ¬¬ -.

En Ojén también tienen la casa de los Sims que todos hemos diseñado alguna vez

    Y no podía terminar esta entrada sin contar una historia surrealista que nada tiene que ver con Ojén, aunque un poco ha ocurrido gracias a este. 
    Como tengo tan poquísimo tiempo libre, las cosas que me he traido de la mudanza - que he intentado reducirlas al mínimo - están apiladas en un rincón de mi cuarto. El otro día hablando con mi madre, empecé a sollozar en plan "mamáaaa, no tengo tiempo de nadaaa, estoy súper agobiáaa, mira como tengo el cuartooo, putas oposiciones, buáaa" y se ve que la pobre se apiadó de mí - benditas madres - y ayer recogió lo que hacía más bulto. La historia es que guardándome la ropa de cama, le dio por sacar un maletón que tengo en lo alto del armario y se dio cuenta de que un bolsillito exterior parecía contener algo y buscó un ganchillo para abrir el minicandado que cerraba la cremallera de ese bolsillo. Et voilà:
Camiseta vintage, de la época en la que Oysho hacía pijamas bonitos
     Apareció una camiseta que me regalaron unas amigas para mi 20 cumpleaños (año 2007 estamos hablando) y que quise llevarme a Roma en mi Erasmus y en la maleta se ha quedado todo este tiempo. La hipótesis de mi madre - que yo secundo - es que perdí la llave y jamás me molesté en ver si había algo dentro. Maravillosa dejadez juvenil. La camiseta tiene hasta la etiqueta, lástima que ya dentro no me quepa ni el pie.
    En fin, os dejo ya que mucho me he entretenido con esta entrada. Tengo otra cosilla que contaros, sin importancia, como todo lo que llevo escribiendo aquí; a ver si lo puedo hacer antes de que pase una semana.
¡Muchos besillos y gracias por leerme! 
    Aquí os dejo con otra fotillo de Ojén, que ya que me he molestado en poner mi nombre y todo por cosas del copirráis la tendré que subir: 





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