En mayo, me fui un fin de semana a Xuzhou, una ciudad de China situada en la provincia de Jiangsu - la capital de esta provincia es Nankín, que quizás os suene -. Me habían ofrecido trabajo como profesora de español en esta ciudad, y quería visitarla y conocer la universidad antes de tomar una decisión.
A decir verdad, a priori yo me inclinaba más por decir que no, porque el sueldo era sólo un poco más alto del que tengo ahora y porque me gusta mucho mi vida en Rizhao. Eso sí, de aceptar el trabajo, daría clases en una universidad pública, lo cual era subir un escalón a nivel curricular, teniendo en cuenta que ahora mismo trabajo en una escuela privada.
Para ese entonces, yo no sabía qué quería para mi futuro - y sigo sin saberlo a día de hoy, la verdad -. Si quería dedicarme a la enseñanza de español, estaba claro que tenía que aceptar el trabajo en la universidad. Pero como no estaba segura, pensé que lo mejor era quedarme donde mejor me sintiera. Sabía casi con certeza que quería quedarme en Shanwai, por lo que Xuzhou tenía que ofrecerme mucho para aceptarla como nuevo hogar. Pero quise darle una oportunidad. Y así fue como me metí cinco horas de autobús desde Rizhao hasta Xuzhou.
Xuzhou es una ciudad en la que viven casi diez millones de personas y que, por su localización, está muy bien conectada con las principales urbes chinas. Sin embargo, como otras ciudades chinas que he visto, da la impresión de estar aún a medio construir. El centro de la ciudad está prácticamente levantado - debido a su primera línea de metro, que abrirá el próximo año - y edificios inacabados asoman entre las enormes grúas.
Llegué a Xuzhou sobre las seis y media. Como era la hora de la cena, el chico que me había ofrecido el trabajo me esperaba ya en un restaurante. Me tuve que pelear al menos con tres taxistas chinos hasta que uno aceptó ponerme el taxímetro y llegué al restaurante pasadas las siete.
Allí me esperaba mi anfitrión, tres alumnas de español y una chica gallega, que era la profe que dejaba la vacante libre.
Me sentí como una cateta en esa cena. Me recordó mucho a la primera vez que salí a comer con chinos. Sólo que esta vez yo ya llevaba ocho meses en China.
Para empezar, la comida que había en la mesa era súper china. Conocía los platos por haberlos visto en varias cartas de restaurantes y no haberlos pedido nunca a conciencia, por no ser de los más apetitosos.
Nada más sentarme, incumplí la mayor de las reglas no escritas a la hora de comer con chinos: contesté "no me gusta, gracias" cuando mi anfitrión quiso ponerme una especie de langostino en mi plato. Se hizo un silencio en la mesa en el que todos miraban a la maleducada que acababa de negarse a probar la comida a la que la estaban invitando. Y no es una exageración.
"Lo siento, no me gusta el marisco" me excusé, aunque el daño ya estaba hecho. "Entonces, coge uno de estos. Esto sí te gusta, ¿no?" y me señaló, OJO, un plato lleno de salsa hasta arriba en el que sobresalían unas 12 patas de pollo. ¡¡Argh!! ¿Qué iba a decir? ¿"No, gracias, eso tampoco me gusta"?. Pues no, ahí como una campeona que me puse la pata de pollo en mi plato. Mi idea era dejarla ahí tranquila hasta que escuché un "¿No la pruebas?" a lo que tuve que contestar "Je-je, sí, claro,mecagoentunación ^^" y mordí un trocito de la pata, donde parecía haber más carne. "También puedes comerte los dedos", me dijo una estudiante mientras me señalaba dos muñones de la pata que ella estaba comiendo. "Madre mía, cómo he llegado a este punto", me decía, mientras cerraba los ojos e intentaba comerme esa pata y que pareciera que me estaba gustando.
De pronto, para mejorar la situación, pasó algo MUY ASQUEROSO. Mordí la pata por la zona que parece la muñeca y una especie de tendón-o-algo-así salió hacia fuera estilo catapulta. Fue muy agradable.
El problema es que en esa mesa no había nada que me gustara especialmente para comer. Y me sentí mal. Me sentí mal porque estaba quedando fatal y porque el resto de comensales estaban juzgándome como la típica extranjera que llega a China y no hace por adaptarse a sus costumbres. "Vamos a ver - me daban ganas de decirles - llevo ocho meses viviendo en una ciudad china que ni los propios chinos conocéis de lo "pequeña" que es (Rizhao tiene tres millones de habitantes, no lo olvidéis); donde apenas hay foráneos, donde casi nadie habla inglés y como "restaurantes" extranjeros sólo hay un McDonald's (a casi una hora en bus de donde vivo) y tres KFC - que yo conozca -. Bebo agua caliente hasta en mi casa - aunque mi novio se meta conmigo -, tomo la Coca-Cola del tiempo, como pan dulce y acepto ese agua con aroma a café que me ponéis cuando pido un "Yidali kafei" (café italiano). No me miréis cómo si viviera en un gueto extranjero cuando soy la primera que escucha "gong bao ji ding" y lloro de la emoción" (es un plato de pollo con cacahuetes que está buenísimo).
Pero la peor parte vino cuando la chica gallega empezó a hablar en un chino casi perfecto y repararon en que mi chino no le llegaba ni a la suela del zapato.
- ¿No hablas chino? - me dijeron.
- No, sólo un poco.
- ¿Pero desde cuándo estudias chino?
- Desde noviembre.
- ¿Y aún no hablas chino? - con énfasis en ese aún, como si yo fuera la persona más torpe del mundo.
"¡¿HOLA?!" me dieron ganas de decir. "¡¿Sabéis lo súper difícil que es vuestro idioma?!" Pero sólo contesté un:
- Bueno, es que yo llegué a China sin saber nada, ¿eh? Que yo empecé desde "nIiI hAaAo" (hola, pero pronunciado de forma exagerada).
- Ella también vino en septiembre y mira qué bien habla ahora - me dijeron, en referencia a la chica gallega. Después me enteré de que la española ya llegó a China con un B1, pero bueno, quedé como la floja que tampoco se molestaba en aprender el idioma del país en el que vive.
Siento haberos soltado todo este rollo, pero me sentí muy frustrada en la cena :( y tenía que contarlo para que al menos uno de vosotros me diga "no te sientas mal, Pili, que es normal que no sepas chino bien y que no te guste el marisco y las patas de pollo".
En realidad, la cena estuvo bien, pero me quedé un poco con la sensación de haber dado una imagen de mierda. Sobre todo, si me comparáis con la otra española, que hablaba chino que daba alegría oírla y se comió, al menos, seis langostinos y dos patas de pollo sin pestañear. Ella era la viva imagen de la asimilación cultural bien llevada y yo era un despojo de la sociedad. No fue tanto. Pero casi.
Y nada, la cena terminó y quedamos que para el día siguiente me enseñarían la universidad y lo que diera tiempo de la ciudad. Eso os lo contaré en la siguiente publicación, que luego os quejáis de que escribo mucho (sois unos flojones, ¿eh? jajaja).
¡Un beso enorme y gracias por leerme! ^^
Obras del metro, a la izquierda, y edificios a medio hacer, a la derecha |
Llegué a Xuzhou sobre las seis y media. Como era la hora de la cena, el chico que me había ofrecido el trabajo me esperaba ya en un restaurante. Me tuve que pelear al menos con tres taxistas chinos hasta que uno aceptó ponerme el taxímetro y llegué al restaurante pasadas las siete.
Allí me esperaba mi anfitrión, tres alumnas de español y una chica gallega, que era la profe que dejaba la vacante libre.
Me sentí como una cateta en esa cena. Me recordó mucho a la primera vez que salí a comer con chinos. Sólo que esta vez yo ya llevaba ocho meses en China.
Para empezar, la comida que había en la mesa era súper china. Conocía los platos por haberlos visto en varias cartas de restaurantes y no haberlos pedido nunca a conciencia, por no ser de los más apetitosos.
Nada más sentarme, incumplí la mayor de las reglas no escritas a la hora de comer con chinos: contesté "no me gusta, gracias" cuando mi anfitrión quiso ponerme una especie de langostino en mi plato. Se hizo un silencio en la mesa en el que todos miraban a la maleducada que acababa de negarse a probar la comida a la que la estaban invitando. Y no es una exageración.
"Lo siento, no me gusta el marisco" me excusé, aunque el daño ya estaba hecho. "Entonces, coge uno de estos. Esto sí te gusta, ¿no?" y me señaló, OJO, un plato lleno de salsa hasta arriba en el que sobresalían unas 12 patas de pollo. ¡¡Argh!! ¿Qué iba a decir? ¿"No, gracias, eso tampoco me gusta"?. Pues no, ahí como una campeona que me puse la pata de pollo en mi plato. Mi idea era dejarla ahí tranquila hasta que escuché un "¿No la pruebas?" a lo que tuve que contestar "Je-je, sí, claro,
De pronto, para mejorar la situación, pasó algo MUY ASQUEROSO. Mordí la pata por la zona que parece la muñeca y una especie de tendón-o-algo-así salió hacia fuera estilo catapulta. Fue muy agradable.
Las zonas claras de la pata son donde mordí (¿veis el maldito tendón?) Y sí, hice el truco de poner la servilleta encima del plato para hacer como que había comido jajaja - la aparté para la foto - |
El problema es que en esa mesa no había nada que me gustara especialmente para comer. Y me sentí mal. Me sentí mal porque estaba quedando fatal y porque el resto de comensales estaban juzgándome como la típica extranjera que llega a China y no hace por adaptarse a sus costumbres. "Vamos a ver - me daban ganas de decirles - llevo ocho meses viviendo en una ciudad china que ni los propios chinos conocéis de lo "pequeña" que es (Rizhao tiene tres millones de habitantes, no lo olvidéis); donde apenas hay foráneos, donde casi nadie habla inglés y como "restaurantes" extranjeros sólo hay un McDonald's (a casi una hora en bus de donde vivo) y tres KFC - que yo conozca -. Bebo agua caliente hasta en mi casa - aunque mi novio se meta conmigo -, tomo la Coca-Cola del tiempo, como pan dulce y acepto ese agua con aroma a café que me ponéis cuando pido un "Yidali kafei" (café italiano). No me miréis cómo si viviera en un gueto extranjero cuando soy la primera que escucha "gong bao ji ding" y lloro de la emoción" (es un plato de pollo con cacahuetes que está buenísimo).
Pero la peor parte vino cuando la chica gallega empezó a hablar en un chino casi perfecto y repararon en que mi chino no le llegaba ni a la suela del zapato.
- ¿No hablas chino? - me dijeron.
- No, sólo un poco.
- ¿Pero desde cuándo estudias chino?
- Desde noviembre.
- ¿Y aún no hablas chino? - con énfasis en ese aún, como si yo fuera la persona más torpe del mundo.
"¡¿HOLA?!" me dieron ganas de decir. "¡¿Sabéis lo súper difícil que es vuestro idioma?!" Pero sólo contesté un:
- Bueno, es que yo llegué a China sin saber nada, ¿eh? Que yo empecé desde "nIiI hAaAo" (hola, pero pronunciado de forma exagerada).
- Ella también vino en septiembre y mira qué bien habla ahora - me dijeron, en referencia a la chica gallega. Después me enteré de que la española ya llegó a China con un B1, pero bueno, quedé como la floja que tampoco se molestaba en aprender el idioma del país en el que vive.
Siento haberos soltado todo este rollo, pero me sentí muy frustrada en la cena :( y tenía que contarlo para que al menos uno de vosotros me diga "no te sientas mal, Pili, que es normal que no sepas chino bien y que no te guste el marisco y las patas de pollo".
En realidad, la cena estuvo bien, pero me quedé un poco con la sensación de haber dado una imagen de mierda. Sobre todo, si me comparáis con la otra española, que hablaba chino que daba alegría oírla y se comió, al menos, seis langostinos y dos patas de pollo sin pestañear. Ella era la viva imagen de la asimilación cultural bien llevada y yo era un despojo de la sociedad. No fue tanto. Pero casi.
Y nada, la cena terminó y quedamos que para el día siguiente me enseñarían la universidad y lo que diera tiempo de la ciudad. Eso os lo contaré en la siguiente publicación, que luego os quejáis de que escribo mucho (sois unos flojones, ¿eh? jajaja).
¡Un beso enorme y gracias por leerme! ^^
Lo has descrito tan bien, que me parecía estar viéndote comer la pata. Hasta se me han saltado las lágrimas de la risa!!!
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