¡Hola!
Hace un año, por estas fechas, Manuel tenía que volverse a España, y pasé uno de los momentos de más miedo de mi vida. Y no es una exageración.
Os presento primero a los protagonistas de la historia para que no os sea difícil seguir el hilo: Angela (la profesora china de italiano), Young (el marido coreano de Yurie, mi amiga japonesa), y Manuel (a estas alturas ya lo conocéis). Angela era una personaja buena - muy inocente, pero muy lianta - y Young tenía una calma asiática que eso no era normal.
Ese día, tuvimos un almuerzo y merienda de despedida y, como Young se ofreció a llevar a Manuel en su coche hasta la estación de bus, quedamos con él a las 5.30. Como suele pasar, nos atrasamos y al final le dijimos de vernos a las 6.
Cuando llegamos, Young nos dijo que íbamos con el tiempo justo, pero que conocía un hotel cercano donde el autobús del aeropuerto paraba y que nos iba a llevar allí. Manuel y yo le dijimos que por qué no nos llevaba a la estación de autobús - nos parecía más seguro - pero él dijo que no, que no nos preocupáramos.
La cosa es que de la nada apareció un tráfico tremendo y estuvimos como veinte minutos sin apenas movernos. Os podéis imaginar las miradas de nerviosismo que compartíamos Manuel y yo - creíamos que el último bus salía a las 7 -; la de veces que dijimos al coreano "Young, ¿por qué no vamos mejor a la estación? :/"; y, para colmo, ahí estaba Angela calentándome la oreja con su "Pilal, non aliviamo, non aliviamo - "no llegamos" en chino-italiano -. Pero Young no se inmutaba. Era el hombre de piedra. Él seguía tan pancho con su mano izquierda encima del volante y, la derecha, tocando el GPS.
- Vale, no llegamos a tiempo al hotel - dijo Young, tan tranquilo, con una sonrisa.
- ¿Vamos entonces a la estación? - fue nuestra pregunta.
- No, conozco otro hotel cerca donde también pasa el autobús.
Y, dicho y hecho, metió la nueva dirección en el GPS y para allá que intentamos ir. Volvimos a insistir con ir a la estación pero él con toda la parsimonia del mundo nos contestó que no nos preocupáramos, que este hotel estaba más cerca e íbamos a llegar.
Pero no llegamos.
Pillamos otro atasco y Manuel y yo nos íbamos a tirar ya de los pelos. Las siete menos cuarto. Y, Angela, que siempre sabe decir lo apropiado en el momento justo, seguía con su "Pilal, non aliviamo, hihi" (porque encima se reía, la capulla xD).
- Bueno, ahora sí vamos a la estación, ¿no? - casi suplicamos.
- No, no, conozco otro hotel que nos pilla de camino.
"Pero esto es troleo ya, ¿no?", pensábamos. Pero no, ahí seguía el conductor imperturbable que parecía no ser consciente de que a dos de sus ocupantes les iba a dar un infarto en cualquier momento. Es que Manuel se quedaba en tierra. Así de simple. Necesitaba coger ese autobús sí o sí.
De pronto, empezamos a ver muchas luces horteras de colores en la calle. "Manuel, ¿pero dónde estamos?". ¿Qué donde estábamos? En Darunfa. Sé que os habéis quedado igual, por eso os pongo un mapa aquí abajo para que veáis la de vueltas que dimos. Yo no sé este hombre lo que hizo con el coche ese día, pero nosotros estábamos ya hiperventilando.
No os dejeis engañar que las distancias en China son muuuuy bestias. De Darunfa a mi uni - yendo directo - hay mínimo media hora en taxi y si no te pilla tráfico. |
- Vaya, creo que no vamos a llegar al hotel - dijo el coreano, con su mismo tono de cordialidad. - Vamos a la estación, entonces -.
"¿Pero esto qué es, Manuel?", nosotros queríamos llorar ya. Y ahora el coreano que no daba con la estación y dimos más vueltas que un trompo hasta que por fin llegamos. Las siete y media. Ni de coña. Efectivamente, fue llegar a la ventanilla y la chica nos dijo que ya no había autobuses. Ni para Qingdao ciudad ni para el aeropuerto de Qingdao. Y que, de hecho, el último salía a las 6 - anda que estábamos también puestos nosotros con la hora xD -. Nos entró la desesperación bestia y un taxista ilegal se pegó a nosotros viendo que podía sacar provecho.
Y ahí es donde empieza mi historia de terror.
El taxista empezó a comentarle a Angela (la única que hablaba chino) que había un autobús que venía de no sé qué ciudad y que iba hasta Qingdao y que él conocía al conductor y le podía decir que parara para que se montara Manuel. Que él lo dejaría en la parada de autobús y éste sólo tendría que subirse cuando llegara. Así de fácil. Por el favor cobraría 150 yuanes, con el ticket del bus ya incluido (unos 20€, el autobús al aeropuerto suele costar poco más de 10€). Como era la única opción que teníamos, aceptamos, pero le dijimos que iríamos los cuatro - porque Angela decía que los taxistas ilegales son "malas personas" y no quería que Manuel fuera solo - y que nos tenía que traer a los otros tres de vuelta hasta la estación gratis. Y el taxista aceptó.
Total, que nos montamos los cuatro en el coche del taxista ilegal y Angela, desde el minuto uno, empieza a decirnos - en italiano - que no se fía de este hombre, que si es mala persona, que se quiere quedar con nuestro dinero, que lo que está haciendo es ilegal, que si su novio se enterara de que se ha subido en un taxi negro la dejaba, que si esto es muy peligroso, que si no sé qué. Venga a ponernos la cabeza como un bombo a Manuel y a mí con el agobio que teníamos. (El coreano, como no se enteraba de nada, iba mirando por la ventana tan tranquilo. Pero ya os digo yo que si se hubiera enterado, su actitud hubiera sido la misma).
A todo esto que Angela comienza a hablar en chino con el conductor. Manuel y yo sin enterarnos - Young a su bola -, pero vemos que el nivel de voz cada vez va subiendo más. Y sigue subiendo. Como que llega un punto que se están chillando los dos. El conductor se está cabreando por momentos hasta que, de pronto, detiene el coche de un frenazo y vemos que se baja.
- Angela, ¿pero qué le estás diciendo?
- Le he dicho que no me fío de él y que no vamos a pagarle.
- ¿Pero por qué... ?
Ni nos da tiempo terminar la frase. El taxista abre la puerta del coche violentamente y empieza a chillarnos. Nos quedamos sin saber qué hacer. Vemos que Angela se baja, que Young la sigue, y el taxista comienza a gritarnos y a hacernos gestos para que bajemos. Lo hacemos, y empieza a hablarle a voces solo a Manuel para que le de el dinero. Manuel saca la cartera y el taxista, con toda la mala leche del mundo, tira de los billetes de Manuel. Sigue diciendo cosas en chino, súper enfadado, y va al maletero y saca las maletas de Manuel.
Intento entender que está pasando cuando me da por mirar a nuestro alrededor y veo que estamos en mitad de la nada. De verdad. La nada. Estamos en una zona súper oscura, no se ven farolas ni casas. La carretera ni siquiera está asfaltada, no pasa ningún coche, y nosotros estamos parados a un lado, sobre barro. A lo lejos se ve una chabola y lo que parece un borracho tirado en la puerta. Es el típico escenario que piensas "si me pasa algo y grito, ¿quién me va a escuchar?".
Manuel le dice a Angela que por qué el conductor no nos lleva a la parada, si ya le ha pagado; y ella contesta que es que ya hemos llegado.
- Si aquí no hay nada, Angela - le dice.
Pero el taxista nos grita algo en chino y Angela nos dice que tenemos que seguirle. Nos estamos acercando a una especie de puente que, por el ruido de coches que nos llega, debe tener encima una autovía.
El taxista deja el camino y empezamos a pisar hierba, casi a oscuras. Hay una valla metálica que corta el camino pero él busca una parte que se ve que ha sido cortada previamente por alguien y nos pide que pasemos mientras él la sujeta. La verdad es que esta escena a mí se me quedó grabada. Me está dando mucha rabia ser una patata escribiendo y no poder expresarme mejor, porque os prometo que la situación daba mucho miedo. Todo a oscuras; sin saber qué estaba pasando; tres extranjeros y la única china que había estaba empaná, éramos una presa fácil y apetitosa (tened en cuenta que los extranjeros en China tenemos fama de ricos); teniendo que cruzar una valla que a saber dónde nos llevaba (y si estaba ahí sería por algo, ¿no?); y con ladridos de perros grandes, a lo lejos, que era lo que necesitaba una cagona como yo.
Angela entró la primera sin dudarlo. De hecho, es gracioso que con la de veces que dijo que no se fiaba del conductor - que hasta se lo dijo a él - le hizo caso sin pensárselo. Ya os podéis imaginar que Young la siguió tan tranquilo. Manuel dudó, pero el chino empezó a gritarnos otra vez y se metió. Yo me quedé paralizada. Pero de verdad que no podía moverme. Yo pensé que de ahí no salía con vida. Que yo entraba con mis patitas pero que de ahí me sacaban en la caja de pino. En serio, qué miedo pasé. El chino se cansó de esperarme y se puso a la cabeza de los otros tres para guiarles. Viendo que me iba a quedar sola fuera de la valla - y que el panorama no era más tranquilizador - la crucé con todo el acojone del mundo y los seguí.
Recuerdo la sensación de no saber qué estaba haciendo con mi vida, el presentimiento de que algo malo iba a pasar. Que me iban a matar mínimo, en serio. Todo a oscuras, pisando hierba y barro, tropezando, los perros ladrando de fondo y el ruido de los coches por la autovía, que iban a toda velocidad.
En un momento, el chino nos dijo que subiéramos una escalera para acceder a la autovía. Tal cual. A mí me tuvo que dar la mano Young para ayudarme a subir, porque yo era un flan. El pobre tuvo que subir la primera vez para dejar una de las maletas de Manuel y la segunda a por mí.
Y ahí estábamos. Los cinco pegados al quitamiedos de una autovía china de seis carriles, con coches circulando a más de 100 km, entre luces, pitos y ráfagas de aire provocadas por los vehículos. Y de la nada, apareció el autobús de Manuel. Frenó en mitad de la autovía como si tal cosa, empezó a pitar como si no hubiera un mañana, y el chino guardó las maletas en un segundo. Manuel y yo nos dimos un abrazo para despedirnos pero el chino nos empezó a empujar para que se metiera ya dentro del bus. En serio, a día de hoy ha sido de las despedidas más tensas de mi vida - y que siga así -.
Después volvimos al coche, yo todavía con el susto en el cuerpo, y obligué a Angela a que estuviera callada todo el viaje porque me la veía venir y todavía se liaba antes de llegar a la estación. Por fin nos bajamos del taxi y fuimos en el coche de Young hasta Shanwai.
El gachón coreano fue riéndose de mí todo el camino por mi cague tan bestia. Yo le dije que cómo era posible que él no hubiera pasado miedo con la situación tan extraña que acabábamos de pasar. Y me acuerdo que me dijo: "si esto te pasa en España, en Corea del Sur, Japón u otro país del mundo, es probable que termines muy mal. Pero estamos en China. En otro sitio te llevan a un descampado y mínimo te roban, y más siendo extranjeros. Aquí lo hacen para que subas de manera irregular a un autobús. Pero no hay más", y empezó a hablarme de lo tranquilos que son los chinos, que aquí no hay que tener miedo y blabla. Después me dijo que él había estado viviendo en Nueva Delhi y que una vez hubo un atentado en un restaurante donde él estaba comiendo y que ya nada le asustaba. De todos modos, yo creo que este hombre la tranquilidad ya la traía de fábrica. Dios santo qué temple.
Y, bueno, Manuel llegó sano y salvo a Qingdao, y a nosotros nos quedó una buena anécdota que contar, ¿a qué sí?
¡Besitos y gracias por leerme! ^^
P.D. Llevo súper mala desde el lunes por la noche y soy un alma en pena V_V. El sábado salí y se ve que conel ciego el pavo no me di cuenta del frío que hacía y pillé una buena. Como que he estado dos días sin poder trabajar porque no me podía mover :(. Os lo cuento para enseñaros esto:
fui al hospital y, además de mandarme dos cajas de pastillas más (porque ya estaba tomando ibuprofenos y algidol V_V), me recetaron medicina china tradicional :O. Ese "Banlangen keli" está hecho con raíces de sándalo y se disuelve en agua. Tengo que tomarlo cuatro veces al día y está súper dulce. Aunque al principio me gustaba, la verdad es que ya lo he aborrecido >_<. En fin, a ver si me curo ya.
Y na', lo de las medicina tradiconal es una tontá, pero me hacía ilusión contarlo. Fijaos como está el nivel que es lo más excitante que he hecho en toda la semana jajaja.
Y ahí es donde empieza mi historia de terror.
El taxista empezó a comentarle a Angela (la única que hablaba chino) que había un autobús que venía de no sé qué ciudad y que iba hasta Qingdao y que él conocía al conductor y le podía decir que parara para que se montara Manuel. Que él lo dejaría en la parada de autobús y éste sólo tendría que subirse cuando llegara. Así de fácil. Por el favor cobraría 150 yuanes, con el ticket del bus ya incluido (unos 20€, el autobús al aeropuerto suele costar poco más de 10€). Como era la única opción que teníamos, aceptamos, pero le dijimos que iríamos los cuatro - porque Angela decía que los taxistas ilegales son "malas personas" y no quería que Manuel fuera solo - y que nos tenía que traer a los otros tres de vuelta hasta la estación gratis. Y el taxista aceptó.
Total, que nos montamos los cuatro en el coche del taxista ilegal y Angela, desde el minuto uno, empieza a decirnos - en italiano - que no se fía de este hombre, que si es mala persona, que se quiere quedar con nuestro dinero, que lo que está haciendo es ilegal, que si su novio se enterara de que se ha subido en un taxi negro la dejaba, que si esto es muy peligroso, que si no sé qué. Venga a ponernos la cabeza como un bombo a Manuel y a mí con el agobio que teníamos. (El coreano, como no se enteraba de nada, iba mirando por la ventana tan tranquilo. Pero ya os digo yo que si se hubiera enterado, su actitud hubiera sido la misma).
A todo esto que Angela comienza a hablar en chino con el conductor. Manuel y yo sin enterarnos - Young a su bola -, pero vemos que el nivel de voz cada vez va subiendo más. Y sigue subiendo. Como que llega un punto que se están chillando los dos. El conductor se está cabreando por momentos hasta que, de pronto, detiene el coche de un frenazo y vemos que se baja.
- Angela, ¿pero qué le estás diciendo?
- Le he dicho que no me fío de él y que no vamos a pagarle.
- ¿Pero por qué... ?
Ni nos da tiempo terminar la frase. El taxista abre la puerta del coche violentamente y empieza a chillarnos. Nos quedamos sin saber qué hacer. Vemos que Angela se baja, que Young la sigue, y el taxista comienza a gritarnos y a hacernos gestos para que bajemos. Lo hacemos, y empieza a hablarle a voces solo a Manuel para que le de el dinero. Manuel saca la cartera y el taxista, con toda la mala leche del mundo, tira de los billetes de Manuel. Sigue diciendo cosas en chino, súper enfadado, y va al maletero y saca las maletas de Manuel.
Intento entender que está pasando cuando me da por mirar a nuestro alrededor y veo que estamos en mitad de la nada. De verdad. La nada. Estamos en una zona súper oscura, no se ven farolas ni casas. La carretera ni siquiera está asfaltada, no pasa ningún coche, y nosotros estamos parados a un lado, sobre barro. A lo lejos se ve una chabola y lo que parece un borracho tirado en la puerta. Es el típico escenario que piensas "si me pasa algo y grito, ¿quién me va a escuchar?".
Manuel le dice a Angela que por qué el conductor no nos lleva a la parada, si ya le ha pagado; y ella contesta que es que ya hemos llegado.
- Si aquí no hay nada, Angela - le dice.
Pero el taxista nos grita algo en chino y Angela nos dice que tenemos que seguirle. Nos estamos acercando a una especie de puente que, por el ruido de coches que nos llega, debe tener encima una autovía.
El taxista deja el camino y empezamos a pisar hierba, casi a oscuras. Hay una valla metálica que corta el camino pero él busca una parte que se ve que ha sido cortada previamente por alguien y nos pide que pasemos mientras él la sujeta. La verdad es que esta escena a mí se me quedó grabada. Me está dando mucha rabia ser una patata escribiendo y no poder expresarme mejor, porque os prometo que la situación daba mucho miedo. Todo a oscuras; sin saber qué estaba pasando; tres extranjeros y la única china que había estaba empaná, éramos una presa fácil y apetitosa (tened en cuenta que los extranjeros en China tenemos fama de ricos); teniendo que cruzar una valla que a saber dónde nos llevaba (y si estaba ahí sería por algo, ¿no?); y con ladridos de perros grandes, a lo lejos, que era lo que necesitaba una cagona como yo.
Angela entró la primera sin dudarlo. De hecho, es gracioso que con la de veces que dijo que no se fiaba del conductor - que hasta se lo dijo a él - le hizo caso sin pensárselo. Ya os podéis imaginar que Young la siguió tan tranquilo. Manuel dudó, pero el chino empezó a gritarnos otra vez y se metió. Yo me quedé paralizada. Pero de verdad que no podía moverme. Yo pensé que de ahí no salía con vida. Que yo entraba con mis patitas pero que de ahí me sacaban en la caja de pino. En serio, qué miedo pasé. El chino se cansó de esperarme y se puso a la cabeza de los otros tres para guiarles. Viendo que me iba a quedar sola fuera de la valla - y que el panorama no era más tranquilizador - la crucé con todo el acojone del mundo y los seguí.
Recuerdo la sensación de no saber qué estaba haciendo con mi vida, el presentimiento de que algo malo iba a pasar. Que me iban a matar mínimo, en serio. Todo a oscuras, pisando hierba y barro, tropezando, los perros ladrando de fondo y el ruido de los coches por la autovía, que iban a toda velocidad.
En un momento, el chino nos dijo que subiéramos una escalera para acceder a la autovía. Tal cual. A mí me tuvo que dar la mano Young para ayudarme a subir, porque yo era un flan. El pobre tuvo que subir la primera vez para dejar una de las maletas de Manuel y la segunda a por mí.
Y ahí estábamos. Los cinco pegados al quitamiedos de una autovía china de seis carriles, con coches circulando a más de 100 km, entre luces, pitos y ráfagas de aire provocadas por los vehículos. Y de la nada, apareció el autobús de Manuel. Frenó en mitad de la autovía como si tal cosa, empezó a pitar como si no hubiera un mañana, y el chino guardó las maletas en un segundo. Manuel y yo nos dimos un abrazo para despedirnos pero el chino nos empezó a empujar para que se metiera ya dentro del bus. En serio, a día de hoy ha sido de las despedidas más tensas de mi vida - y que siga así -.
Después volvimos al coche, yo todavía con el susto en el cuerpo, y obligué a Angela a que estuviera callada todo el viaje porque me la veía venir y todavía se liaba antes de llegar a la estación. Por fin nos bajamos del taxi y fuimos en el coche de Young hasta Shanwai.
El gachón coreano fue riéndose de mí todo el camino por mi cague tan bestia. Yo le dije que cómo era posible que él no hubiera pasado miedo con la situación tan extraña que acabábamos de pasar. Y me acuerdo que me dijo: "si esto te pasa en España, en Corea del Sur, Japón u otro país del mundo, es probable que termines muy mal. Pero estamos en China. En otro sitio te llevan a un descampado y mínimo te roban, y más siendo extranjeros. Aquí lo hacen para que subas de manera irregular a un autobús. Pero no hay más", y empezó a hablarme de lo tranquilos que son los chinos, que aquí no hay que tener miedo y blabla. Después me dijo que él había estado viviendo en Nueva Delhi y que una vez hubo un atentado en un restaurante donde él estaba comiendo y que ya nada le asustaba. De todos modos, yo creo que este hombre la tranquilidad ya la traía de fábrica. Dios santo qué temple.
Y, bueno, Manuel llegó sano y salvo a Qingdao, y a nosotros nos quedó una buena anécdota que contar, ¿a qué sí?
¡Besitos y gracias por leerme! ^^
P.D. Llevo súper mala desde el lunes por la noche y soy un alma en pena V_V. El sábado salí y se ve que con
¡Medicina china! |
fui al hospital y, además de mandarme dos cajas de pastillas más (porque ya estaba tomando ibuprofenos y algidol V_V), me recetaron medicina china tradicional :O. Ese "Banlangen keli" está hecho con raíces de sándalo y se disuelve en agua. Tengo que tomarlo cuatro veces al día y está súper dulce. Aunque al principio me gustaba, la verdad es que ya lo he aborrecido >_<. En fin, a ver si me curo ya.
Y na', lo de las medicina tradiconal es una tontá, pero me hacía ilusión contarlo. Fijaos como está el nivel que es lo más excitante que he hecho en toda la semana jajaja.